
En la noche del 25 de julio de 1992, en el Estadio Olímpico de Montjuïc en Barcelona, se llevó a cabo un momento icónico durante la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Verano de ese año. Mientras la emoción y la anticipación llenaban el aire, un arquero español llamado Antonio Rebollo se preparaba para encender el pebetero olímpico con una flecha en llamas.
La tradición de encender el pebetero con la llama olímpica es un símbolo de paz y unidad que se remonta a los antiguos Juegos Olímpicos de la antigua Grecia. En Barcelona, este momento especial estuvo en manos de Rebollo, quien se destacó por su habilidad y precisión como arquero.
Con el estadio a oscuras y la atención del mundo puesta en él, Rebollo encendió la flecha con la llama sagrada y la lanzó hacia el pebetero con un movimiento seguro y elegante. La flecha surcó el cielo nocturno, dejando una estela de fuego a su paso, hasta alcanzar su objetivo y encender el pebetero, desatando un estallido de emoción y celebración entre los espectadores y los atletas presentes.
Este momento memorable perduró en la historia de los Juegos Olímpicos y en la memoria de quienes tuvieron el privilegio de presenciarlo. La destreza de Antonio Rebollo al encender el pebetero con su cerbatana en llamas quedó grabada en la historia como un tributo a la pasión, la dedicación y el espíritu olímpico que caracterizan a este evento deportivo de clase mundial.