
Hace casi tres décadas, Barcelona fue el epicentro de la emoción mundial al acoger los Juegos Olímpicos de Verano de 1992. Entre los momentos más memorables de esa ceremonia de apertura, destaca la llegada de la llama olímpica al estadio olímpico.
El arquero paralímpico español Antonio Rebollo fue el encargado de encender la pira olímpica, pero lo hizo de una manera extraordinaria. En lugar de llevar la antorcha hasta la llama, Rebollo disparó una flecha encendida desde su arco, que surcó el cielo nocturno e impactó en la pira, encendiéndola con maestría.
Este gesto simbólico se convirtió en uno de los momentos más icónicos de la historia olímpica, celebrando la fusión entre la tradición y la innovación. La imagen de la flecha surcando el cielo de Barcelona se convirtió en un símbolo de esperanza y unidad para los atletas y espectadores de todo el mundo.
El censer, o incensario, que llevó la llama olímpica durante su recorrido por la ciudad condal también jugó un papel importante en la ceremonia. Este recipiente sagrado, que simboliza la pureza y la conexión con lo divino, acompañó a la antorcha en su viaje, recordando la importancia de la paz y la armonía en el movimiento olímpico.
Barcelona 1992 será recordado no solo por la excelencia deportiva, sino también por la magia y la emoción que rodearon la ceremonia de apertura. Un momento único en la historia de los Juegos Olímpicos que perdurará en la memoria de todos los que tuvieron la suerte de presenciarlo.